Los nombres han sido cambiados.
Era muy pequeña cuando empecé ha darme cuenta pero siempre que entraba en un establecimiento público en la que el abogado Don Vicente M. estaba allí presente, yo tenia que escuchar una gran cantidad de improperios dirigidos a mi padre, a mi familia y su conversación siempre incluía
— Ese sinvergüenza no merece el respeto que se le da...
Yo salía con el corazón compungido, con un nudo en la garganta, corría a la casa reteniendo un torrente de lágrimas que dejaba correr libremente una vez que estaba dentro de sus paredes.
Las veces que mi padre me encontró llorando y después de enterarse de la causa. Ponía una rodilla en el suelo para poderme mirar a los ojos y con seriedad me preguntaba si yo lo conocía de verdad.
— claro que te conozco.
Yo tenia que reconocer que él no tenia secretos para nosotros, que su vida estaba dedicada a nosotros sus hijos, a Puno y al Perú, eso me estaba tan claro como la luz del sol.
— Entonces ¿Por qué lloras?, ¿Cambio en algo la realidad que dices conocer?, ¿Me quitaron un pedazo de mi cuerpo? Sus ojos adquirían un chispazo juguetón. Se paraba y comenzaba a bailar dando vueltas a mí alrededor para mostrarme que estaba igualito y enterito.
Miraba su porte elegante y distinguido. Todo un caballero maduro y respetable jugando conmigo una niña de corta edad. No podía evitar las ganas de sonreír y pensar en lo tonto que era dar importancia a las calumnias y maleficencias.
En una ocasión mi padre y yo caminábamos por la calle Deustua cuando nos cruzamos con el Don Vicente M. ya no se limito a los insultos, si no que tomó una piedra y la tiró en dirección de mi padre. Esquivando la piedra, mi padre me apretó la mano y con la otra se levantó el sombrero. Haciendo una venia saludo a Don Vicente:
— Buenas tardes, Don Vicente, las palabras no lastiman, las piedras si, me veré obligado a pedir garantías.
- no digas nada y sigue caminando como si no paso nada, me susurro al oído.
Le obedecí y cumplimos las diligencias que teníamos planeadas sin comentar sobre el incidente. Al llegar a la casa me llevó a su despacho. Nos sentamos en el sillón de su oficina.
— Maruja, lo que vistes no debes de repetir a nadie.
— Pero, ese señor quiso lastimarte.
— Iré a pedir garantías para que deje de tirarme piedras, pero no quiero que tú y tus hermanos lo vean con malos ojos. El esta equivocado y hay que ayudarlo a recapacitar.
Vicente Melgoza Diez, era el presidente de un partido contrario al de mi padre y era esta ideología la que lo impulsaba a la animosidad con mi padre. Le prometí no contar a nadie este incidente.
Unos años después se presentó una apertura para vocal de la corte de Puno y la candidatos presentaron sus ternas. Mi padre desempeñaba el puesto de Decano del colegio de abogados y como tal debía de presentar un candidato para llenar dicha posición. El comentó con nosotros que después de revisar los expedientes de los posibles candidatos el más completo y destacado era el de Don Vicente M. por lo que en su posición de decano lo había presentado en ternas para ocupar esta plaza y así la vida de los dos se cruzaron en varias oportunidades y Driano Cáceres nunca dejó que lo personal determinara su opinión profesional.
Pasaron los años y llegó el 50 aniversario de graduación de doctor en Jurisprudencia de mi padre. El día que la familia iba a celebrar la fiesta se vio enlutada por el asesinato del joven presidente John Kennedy, que era admirado por mi padre, y en esa ocasión expreso que lo consideraba como el único presidente Norte Americano que había respetado a los países latino Americanos y considero ese día de duelo nacional. Canceló la fiesta e izó la bandera peruana a media asta.
Pero la celebración de sus cincuenta años de la graduación de San Marcos no paso por desapercibida en la ciudad de Puno que reconoció la labor de su hijo abnegado y varias instituciones organizaron ceremonias honrándolo.
El Colegio de Abogados de la que Driano era el decano también le organizo una en su local. Mi padre y yo, que ahora era una muchacha de 12 años, nos encaminamos hacia el colegio de abogados y estábamos otra vez en la calle Deustua cuando vi a Don Vicente M. Afligida tome su brazo y le dije:
_Padre allí viene alguien que no te quiere. Iré delante. Mi padre sonrió
_ No te preocupes, no pasara nada.
Don Vicente se acercó y para mi asombro lo saludo con mucho respeto, caminaron un trecho y llegamos a un enorme charco de agua que ocupaba toda la calle. Para mi mayor sorpresa, Don Vicente se quitó el saco y trato de tirarlo sobre el charco, mi padre trató de evitarlo.
- Dr. Driano Cáceres, escoja, yo no deseo que se moje usted los pies. Escoja, pisa mi saco o lo cargo. No, no voy a dejar que se manche con lodo. Mirándome a mí me dijo, Uds. sus hijos no saben apreciar quien es su padre.
Mi padre con una sonrisa, recogió el saco,
_ Don Vicente Ud. siempre excediéndose y por primera vez lo vi ruborizarse.
Desde entonces ya no temía la lluvia de improperios pero igual evitaba encontrarme con don Vicente, que siempre que nos encontramos me detenía para contarme con lujo de detalles algunos de los muchos encuentros que había tenido con mi padre.
Maria Fischinger
Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad.
sábado, 30 de agosto de 2008
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