jueves, 8 de mayo de 2008

La muerte viaja en camión

El Comercio de Lima, 6 de octubre de 1969


Por: Emilio Romero


Llegar a la ancianidad con la mente diáfana, la expresión pulcra y armoniosa y los músculos flexibles y fuertes es en verdad un regalo de los dioses; el más preciado don que el ser humano puede recibir. Doloroso y deprimente para el ser humano es en cambio conservar el vigor físico hasta avanzada edad con las lámparas del entendimiento apagadas. Ciego o demente el hombre viejo es una de las figuras más tristes que solo un Dante, un Milton o un Shakespeare han podido describir con infinita piedad.

Pero también es trágico y humillante para la civilización que un hombre que ha logrado mantener en su plenitud la vida espiritual y física como resultado de una existencia austera, desenvuelta en disciplina y templanza; en la práctica de las siete virtudes que no son sino siete reglas de higiene, muera cualquier día en el cruce de dos calles atropellado por un automóvil. Este cuadro, que es el síntoma de algo grave que está ocurriendo en la vida del hombre del Perú, se está repitiendo casi a diario en las ciudades y en las carreteras que cubren el territorio nacional. La muerte borracha, la muerte envenenada con el mal del alcohol mata a hombre de trabajo; mutila niños y destruye frutos ahorrados en largo tiempo inutilizando vehículos o destruyendo materiales necesarios.

En las últimas semanas un despacho corresponsal de “El comercio” en la ciudad de Puno ha comunicado que el Doctor Adrián Cáceres Olazo murió Atropellado por un camión. Hace unos pocos meses el Doctor Adrián Cáceres Olazo llegó a Lima presidiendo una brillante delegación de jóvenes profesionales puneños para participar en el Congreso Nacional de Abogados que se realizo en el Callao. Cuando acudí a saludar al ilustre coterráneo muchos profesionales universitarios de Lima me preguntaron si era verdad que ese anciano que se registro con 80 años de edad; con una mirada casi juvenil y modales señoriales, era el mismo que hacía varios años había traducido la Filosofía del Derecho de Icilio Vanni, la gran obra de consulta de los estudiantes de San Marcos cincuenta años atrás. Y en verdad era el mismo, con la diferencia de que entonces estudiaba y comentaba el Manual del Derecho de las Comunidades Europeas por Nicola Catalano. Cáceres Olazo departió, con el señorío y simpatía que le caracterizaba, con los maestros de las nuevas generaciones entrando con extraordinaria rapidez mental en el mismo carril ideológico de las nuevas mentalidades contemporáneas.

A Cáceres Olazo le hacían reparos por haberse quedado definitivamente en Puno después de haber sido en Lima un brillante universitario; de haber contraído vinculaciones de primer orden social y político; de haber desempeñado con tino el cargo de secretario de la presidencia de la república en el periodo de Guillermo E. Billingursth, Cáceres Olazo se retiró a su tierra natal dedicándole su vida entera. Fundó en Puno un Seminario de Estudios con los abogados jóvenes y los universitarios de vacaciones. Allá plantó su bandera de idealismo. Su casa era como la Embajada de Lima en Puno. Era una posada intelectual y literaria a donde se podía llegar, desensilla y descansar para tomar un mate de coca reconfortante a cerca de 4,000 mts. de altitud. Allá llegaron a su sombra Abraham Valdelomar al iniciar su peregrinaje nacional. En otras fechas Luis Alayza y P.S.; el pintor Roura de Oxandaberro y Teófilo Castillo. Condiscípulo de Juan Bautista de Lavalle, de Carlos Zavala Loayza y de otros valores de su generación conectó con ellos a los de su propia promoción puneña formada por José Antonio Encinas, Manuel A Quiroga, Francisco Chuquihuanca Ayulo y otros.

Cáceres Olazo luchó por el progreso de su pueblo y la superación de la juventud. Fundó el “Club de Regatas” y llegó a iniciar la construcción de su local con la plataforma de fierro sobre el lago para desarrollar el viril deporte, Reunió a los músicos de Puno y patrocinó los primeros conciertos de Teodoro Valcárcel, Alberto Rivera del Mar y del folklorista Rosendo Huirse, padre de músicos de fama internacional. Institucionalizó las conferencias, los recitales y los debates y favoreció el desarrollo de la música popular y del teatro de aficionados.

El ilustre anciano que murió en Puno atropellado por un camión a los 81 años de edad enseño a la juventud el deber y el encanto de vivir en su propia provincia y trabajar por su progreso y su prestigio desinteresadamente. Pudo haber regresado a Lima como Diputado y olvidarse de todos, pero prefirió el combate diario con el medio sin otra compensación que los incomparables amaneceres en el Titicaca y la meditación contemplando las inmensas praderas del altiplano que sugieren la eternidad y el infinito.

Antes de morir en la encrucijada de las calles de Puno, transitadas hoy por ómnibus, camiones y automóviles, con sus semáforos presuntuosos, quizás tuvo una sonrisa de satisfacción llevándose la última imagen de su pueblo que, pese a las contraías fuerzas humanas y naturales, seguía progresando.

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Adrian