El Comercio de Lima, 6 de octubre de 1969
Por: Emilio Romero
Llegar a la ancianidad con la mente diáfana, la expresión pulcra y armoniosa y los músculos flexibles y fuertes es en verdad un regalo de los dioses; el más preciado don que el ser humano puede recibir. Doloroso y deprimente para el ser humano es en cambio conservar el vigor físico hasta avanzada edad con las lámparas del entendimiento apagadas. Ciego o demente el hombre viejo es una de las figuras más tristes que solo un Dante, un Milton o un Shakespeare han podido describir con infinita piedad.
Pero también es trágico y humillante para la civilización que un hombre que ha logrado mantener en su plenitud la vida espiritual y física como resultado de una existencia austera, desenvuelta en disciplina y templanza; en la práctica de las siete virtudes que no son sino siete reglas de higiene, muera cualquier día en el cruce de dos calles atropellado por un automóvil. Este cuadro, que es el síntoma de algo grave que está ocurriendo en la vida del hombre del Perú, se está repitiendo casi a diario en las ciudades y en las carreteras que cubren el territorio nacional. La muerte borracha, la muerte envenenada con el mal del alcohol mata a hombre de trabajo; mutila niños y destruye frutos ahorrados en largo tiempo inutilizando vehículos o destruyendo materiales necesarios.
En las últimas semanas un despacho corresponsal de “El comercio” en la ciudad de Puno ha comunicado que el Doctor Adrián Cáceres Olazo murió Atropellado por un camión. Hace unos pocos meses el Doctor Adrián Cáceres Olazo llegó a Lima presidiendo una brillante delegación de jóvenes profesionales puneños para participar en el Congreso Nacional de Abogados que se realizo en el Callao. Cuando acudí a saludar al ilustre coterráneo muchos profesionales universitarios de Lima me preguntaron si era verdad que ese anciano que se registro con 80 años de edad; con una mirada casi juvenil y modales señoriales, era el mismo que hacía varios años había traducido la Filosofía del Derecho de Icilio Vanni, la gran obra de consulta de los estudiantes de San Marcos cincuenta años atrás. Y en verdad era el mismo, con la diferencia de que entonces estudiaba y comentaba el Manual del Derecho de las Comunidades Europeas por Nicola Catalano. Cáceres Olazo departió, con el señorío y simpatía que le caracterizaba, con los maestros de las nuevas generaciones entrando con extraordinaria rapidez mental en el mismo carril ideológico de las nuevas mentalidades contemporáneas.
A Cáceres Olazo le hacían reparos por haberse quedado definitivamente en Puno después de haber sido en Lima un brillante universitario; de haber contraído vinculaciones de primer orden social y político; de haber desempeñado con tino el cargo de secretario de la presidencia de la república en el periodo de Guillermo E. Billingursth, Cáceres Olazo se retiró a su tierra natal dedicándole su vida entera. Fundó en Puno un Seminario de Estudios con los abogados jóvenes y los universitarios de vacaciones. Allá plantó su bandera de idealismo. Su casa era como la Embajada de Lima en Puno. Era una posada intelectual y literaria a donde se podía llegar, desensilla y descansar para tomar un mate de coca reconfortante a cerca de 4,000 mts. de altitud. Allá llegaron a su sombra Abraham Valdelomar al iniciar su peregrinaje nacional. En otras fechas Luis Alayza y P.S.; el pintor Roura de Oxandaberro y Teófilo Castillo. Condiscípulo de Juan Bautista de Lavalle, de Carlos Zavala Loayza y de otros valores de su generación conectó con ellos a los de su propia promoción puneña formada por José Antonio Encinas, Manuel A Quiroga, Francisco Chuquihuanca Ayulo y otros.
Cáceres Olazo luchó por el progreso de su pueblo y la superación de la juventud. Fundó el “Club de Regatas” y llegó a iniciar la construcción de su local con la plataforma de fierro sobre el lago para desarrollar el viril deporte, Reunió a los músicos de Puno y patrocinó los primeros conciertos de Teodoro Valcárcel, Alberto Rivera del Mar y del folklorista Rosendo Huirse, padre de músicos de fama internacional. Institucionalizó las conferencias, los recitales y los debates y favoreció el desarrollo de la música popular y del teatro de aficionados.
El ilustre anciano que murió en Puno atropellado por un camión a los 81 años de edad enseño a la juventud el deber y el encanto de vivir en su propia provincia y trabajar por su progreso y su prestigio desinteresadamente. Pudo haber regresado a Lima como Diputado y olvidarse de todos, pero prefirió el combate diario con el medio sin otra compensación que los incomparables amaneceres en el Titicaca y la meditación contemplando las inmensas praderas del altiplano que sugieren la eternidad y el infinito.
Antes de morir en la encrucijada de las calles de Puno, transitadas hoy por ómnibus, camiones y automóviles, con sus semáforos presuntuosos, quizás tuvo una sonrisa de satisfacción llevándose la última imagen de su pueblo que, pese a las contraías fuerzas humanas y naturales, seguía progresando.
jueves, 8 de mayo de 2008
La conversión
Por primera vez en su vida, Driano estaba angustiado. El siempre había logrado todas sus metas, obtenido todo lo que deseaba. Pero ahora ¡Cuán impotente se sentía! No podía hacer nada para curar a dos seres que tanto quería y que estaban en peligro de muerte
Cuando el telegrama le informó que su señor padre, el senador puneño Andrés Cáceres estaba enfermado de gravedad en la ciudad de Lima, unos minutos antes había dejado la cama de su hijo que estaba luchando con la fiebre.
No podía dejar por mucho tiempo a su hijo en esas condiciones
Era hijo único tenía que cuidar de su padre y no podia descuidar a su hijo.
La distancia era un obstáculo, pero con su poder y relaciones lo superaría, como siempre. En contacto con USA, contrató el avión que lo llevo a Lima pero al ver la condición en la que estaba su padre decidió llevárselo a la casa de Puno. El mismo día y en el mismo avión regreso con su padre a Puno.
Como siempre, había hecho todo lo posible, había usado todo su poder, con el que resolvía habitualmente los problemas que el gobierno le encargaba resolver. Pero había un límite a su poder.
A pesar del esmero con que Driano atendía a los enfermos,
ambos no daban señales de mejoría. Ya había hecho junta de médicos y acatado la prescripción emitida por esta. En esa época ese tipo de enfermedades no tenían curación. Recién se había descubierto una medicina que solo estaba disponible en el extranjero. Driano la había hecho buscar inútilmente pero no la encontró en ningún sitio.
Se admiraba de la fe del Obispo de la ciudad que se
había convertido en parte de su familia. La angustia apretaba su pecho y golpeaba sus sienes. Nadie en este mundo podría darle la mano. Siempre descreyó de la existencia de un poder superior al suyo, pero la fe firme del obispo le abrió un camino de esperanza.
Subió a la biblioteca y se arrodillo. No sabía ninguna oración. Con un corazón sincero pidió a Jesús por la salud de su padre y su hijo. Le prometió aprender la religión católica y estar a su servicio toda la vida.
Inexplicablemente, su corazón se lleno de paz y de esperanza.
Alguien tocó la puerta. Al voltear hacia la puerta abierta vio que una mujer vestida de luto y con la cara cubierta como era la usanza de esa época.
-Dr. Cáceres, dijo la desconocida, sé que su padre y su hijo están muy enfermos, que usted busca penicilina. Yo conseguí esta para mi marido quien ya ha muerto y por lo tanto ya no la necesita.
Driano se quedó asombrado. El no había escatimado costo ni
recursos algunos para conseguir esta medicina. ¿Cómo esta señora la había podido conseguir?
Le ofreció pagarle. La señora no quiso aceptar pago alguno y mostró prisa por alejarse después de depositar en las manos de Driano la dosis suficiente para curar a los dos enfermos.
Driano comenzó a buscar en Puno, Arequipa y Lima a la misteriosa señora. Pidió a su secretario que revisara los registros de defunción y con asombro no encontró ninguna acta de defunción de un varón con las señas que la señora había dado.
Ambos enfermos fueron dados de alta, a los pocos días.
Driano consideró que ésta era una respuesta a sus plegarias. Comenzó a leer las escrituras, a escuchar con cuidado las palabras del Obispo y fiel a su palabra sirvió a Jesús hasta el final de sus días.
Maria Fischinger
Cuando el telegrama le informó que su señor padre, el senador puneño Andrés Cáceres estaba enfermado de gravedad en la ciudad de Lima, unos minutos antes había dejado la cama de su hijo que estaba luchando con la fiebre.
No podía dejar por mucho tiempo a su hijo en esas condiciones
Era hijo único tenía que cuidar de su padre y no podia descuidar a su hijo.
La distancia era un obstáculo, pero con su poder y relaciones lo superaría, como siempre. En contacto con USA, contrató el avión que lo llevo a Lima pero al ver la condición en la que estaba su padre decidió llevárselo a la casa de Puno. El mismo día y en el mismo avión regreso con su padre a Puno.
Como siempre, había hecho todo lo posible, había usado todo su poder, con el que resolvía habitualmente los problemas que el gobierno le encargaba resolver. Pero había un límite a su poder.
A pesar del esmero con que Driano atendía a los enfermos,
ambos no daban señales de mejoría. Ya había hecho junta de médicos y acatado la prescripción emitida por esta. En esa época ese tipo de enfermedades no tenían curación. Recién se había descubierto una medicina que solo estaba disponible en el extranjero. Driano la había hecho buscar inútilmente pero no la encontró en ningún sitio.
Se admiraba de la fe del Obispo de la ciudad que se
había convertido en parte de su familia. La angustia apretaba su pecho y golpeaba sus sienes. Nadie en este mundo podría darle la mano. Siempre descreyó de la existencia de un poder superior al suyo, pero la fe firme del obispo le abrió un camino de esperanza.
Subió a la biblioteca y se arrodillo. No sabía ninguna oración. Con un corazón sincero pidió a Jesús por la salud de su padre y su hijo. Le prometió aprender la religión católica y estar a su servicio toda la vida.
Inexplicablemente, su corazón se lleno de paz y de esperanza.
Alguien tocó la puerta. Al voltear hacia la puerta abierta vio que una mujer vestida de luto y con la cara cubierta como era la usanza de esa época.
-Dr. Cáceres, dijo la desconocida, sé que su padre y su hijo están muy enfermos, que usted busca penicilina. Yo conseguí esta para mi marido quien ya ha muerto y por lo tanto ya no la necesita.
Driano se quedó asombrado. El no había escatimado costo ni
recursos algunos para conseguir esta medicina. ¿Cómo esta señora la había podido conseguir?
Le ofreció pagarle. La señora no quiso aceptar pago alguno y mostró prisa por alejarse después de depositar en las manos de Driano la dosis suficiente para curar a los dos enfermos.
Driano comenzó a buscar en Puno, Arequipa y Lima a la misteriosa señora. Pidió a su secretario que revisara los registros de defunción y con asombro no encontró ninguna acta de defunción de un varón con las señas que la señora había dado.
Ambos enfermos fueron dados de alta, a los pocos días.
Driano consideró que ésta era una respuesta a sus plegarias. Comenzó a leer las escrituras, a escuchar con cuidado las palabras del Obispo y fiel a su palabra sirvió a Jesús hasta el final de sus días.
Maria Fischinger
jueves, 1 de mayo de 2008
La Adopción
Una foto del tiempo en que ocurrieron estos hechos. En la foto estan el
Dr. Adrian Cáceres Olazo, Maria y un sobrino
Marcos y Maria entraron por el enorme portón plomo que daba entrada a un callejón empedrado con piedras negras y blancas que terminaba en un patio pavimentado de la misma manera.
A la derecha del Callejón estaba el estudio del abogado Driano Cáceres.
Maria y Marcos se sentaron. Ella sollozaba silenciosamente y el semblante de Marcos denotaba una gran angustia.
Maria vestía una pollera negra, blusa blanca sobre la que llevaba un saco negro con mangas amplias recogidas en los puños. Una manta larga cubría su abundante cabellera peinada en dos sendas largas trenzas. Sobre la manta tenia puesto un sombrero negro de estilo Bombin.
Marcos vestía de un tono negro, una camisa blanca y un sombrero negro y ambos calzaban ojotas hechas de jebe de llantas de carro. Toda la vestimenta era de confección casera y denunciaba que eran comuneros o gente que vivía en ayllu, una organización heredada de los ancestros.
Cuando el Dr. Driano Cáceres salió a recibirlos, Marcos le informó que su hija Jesusa de doce años estaba en el hospital desahuciada y, que los doctores les habían dicho que lo único que quedaba era hacerle placentero los últimos días de la muchacha.
Marcos y Maria suplicaban a Driano para que recibiera a Jesusa en su casa y que él tratara de curarla.
- Recuerden que soy abogado y no médico, repitió varias veces Driano.
Marcos y María insistían en sus suplicas. Estaban desesperados, los médicos del hospital les habían explicado que la septicemia se había generalizado. La infección había destruido el funcionamiento del ojo y el oído derecho. Los pobres padres solo tenían una sola esperanza: Driano. Marcos se arrodilló ante Driano y suplicó.
- Papacituy, tú eres nuestra única esperanza.
- Uds. están esperando mucho, respondió Driano, mientras sus ojos se fueron llenando de lágrimas.
-Vamos al hospital, dijo Driano, después de dar ordenes de que se desinfectara el comedor de fiestas y se armara allí una cama.
En el hospital los médicos le dijeron a Driano que los padres se habían descuidado y era demasiado tarde, solo faltaba esperar el desenlace.
Una ambulancia trasladó a la niña a la casa de Driano.
La carita redonda y agraciada de Jesusa estaba deformada, la fiebre la hacia delirar. La pobre niña entraba y salía de la inconsciencia.
La septicemia era causa de una extracción de muela hecha por un curandero y Jesusa no haber seguido las instrucciones de no masticar sólidos por un tiempo.
Un anunció por la radio convocó una junta de médicos en la casa de Driano a la que casi todos los médicos de la ciudad de Puno asistieron. Se discutió el caso y se buscó el mejor tratamiento para salvar la vida de la niña. El médico de la familia, el Dr. Luis Torres se haría cargo del caso.
Felicitas, una de las hijas de Driano sería la enfermera ayudada por las demás hijas.
Las medicinas se le aplicaban por medio de suero.
Después de unos días la fiebre fue bajando, la infección fue controlada, pero Jesusa llevaría toda la vida las cicatrices de la terrible infección.
Marcos y María dejaron a Jesusa como sirvienta por un año en la casa de Driano, ese seria el pago por la curación. Driano le pidió a su hija Maruja que tratara de ganarse el cariño de Jesusa y que le enseñara a leer.
La tarea no fue fácil. Maruja estaba en ese momento fascinada por los Miserables de Víctor Hugo y empezó a leerlos en voz alta a Jesusa.
-Y ¿Qué es eso? - Preguntó confundida Jesusa.
La barrera del idioma se interpuso. Maruja no hablaba aymará y Jesusa hablaba muy poco el castellano.
Jesusa odiaba la luz eléctrica que según ella rompía el balance entre el día-tiempo de trabajar y la noche- tiempo de descansar y conversar.
Detestaba también la música de la radio que destruía el silencio.
- Mira como han arruinado el río, lamentó Jesusa al ver que el agua salía del caño.
Al cumplirse el año, Driano expresó a los padres de Jesusa su deseo de adoptarla pero solo si ella también lo deseaba. Jesusa se puso a llorar.
-Me siento como un ratón en una caja de fósforos. Me gusta salir al campo ver la línea del horizonte y sentir que el viento me acaricia mi rostro, solo así me siento libre como los pájaros. Ir al río y recoger agua viendo a cada instante la creación del Tata Dios.
Todo su semblante reflejaba que se sentía como un pez fuera de agua.
Jesusa regresaría a vivir con sus padres e invitó a Maruja a pasar con ellos una temporada en su casa.
El caserío de Marcos y Maria constaba de tres cuartos construidos a la usanza de sus ancestros. Carecía de agua potable y de todas las demás facilidades de la vida moderna.
-Niña Maruja, vamos a recoger agua, Jesusa invitó alegremente.
La fría amarillenta puna se extendía por el horizonte bajo un azul intenso. Se podía escuchar el canto de las aves y a lo lejos ver los picos de los andes. Un rió no muy ancho pasaba por delante del caserío y allí las dos niñas fueron a recoger agua en dos tachos de lata.
El sol era el despertador y anunciaba la comida principal por la mañana cada miembro llevaba su fiambre para el mediodía.
- Hoy llevaremos las ovejas a la pampa- anunció Jesusa, en completo control de la situación.
- Al sacar las ovejas del corral hay que contarlas, le explicó a Maruja.
Sacaron las ovejas y se dirigieron a la pampa.
Allí corrieron por entre la paja brava y buscaron dulces zancayos.
El semblante de Jesusa reflejaba seguridad y alegría.
Mirando al sol y la sombra que formaba Jesusa sentenció.
- Son las tres de la tarde y pronto tendremos que juntar las ovejas para arrearlas al corral.
La familia se volvía a reunir durante el crepúsculo. Todos se sentaban en un círculo alrededor de la manta donde Maria ponía la comida. Marcos contaba cuentos referentes a sus ancestros. Jesusa gozaba pidiendo a su padre que volviera a contar la misma historia una y otra vez.
Y la adopción fue permanente: Maruja viajó por el mundo pero una parte de su alma siempre será Aymará.
Del libro: Debajo del sol y la luna
Dr. Adrian Cáceres Olazo, Maria y un sobrino
Marcos y Maria entraron por el enorme portón plomo que daba entrada a un callejón empedrado con piedras negras y blancas que terminaba en un patio pavimentado de la misma manera.
A la derecha del Callejón estaba el estudio del abogado Driano Cáceres.
Maria y Marcos se sentaron. Ella sollozaba silenciosamente y el semblante de Marcos denotaba una gran angustia.
Maria vestía una pollera negra, blusa blanca sobre la que llevaba un saco negro con mangas amplias recogidas en los puños. Una manta larga cubría su abundante cabellera peinada en dos sendas largas trenzas. Sobre la manta tenia puesto un sombrero negro de estilo Bombin.
Marcos vestía de un tono negro, una camisa blanca y un sombrero negro y ambos calzaban ojotas hechas de jebe de llantas de carro. Toda la vestimenta era de confección casera y denunciaba que eran comuneros o gente que vivía en ayllu, una organización heredada de los ancestros.
Cuando el Dr. Driano Cáceres salió a recibirlos, Marcos le informó que su hija Jesusa de doce años estaba en el hospital desahuciada y, que los doctores les habían dicho que lo único que quedaba era hacerle placentero los últimos días de la muchacha.
Marcos y Maria suplicaban a Driano para que recibiera a Jesusa en su casa y que él tratara de curarla.
- Recuerden que soy abogado y no médico, repitió varias veces Driano.
Marcos y María insistían en sus suplicas. Estaban desesperados, los médicos del hospital les habían explicado que la septicemia se había generalizado. La infección había destruido el funcionamiento del ojo y el oído derecho. Los pobres padres solo tenían una sola esperanza: Driano. Marcos se arrodilló ante Driano y suplicó.
- Papacituy, tú eres nuestra única esperanza.
- Uds. están esperando mucho, respondió Driano, mientras sus ojos se fueron llenando de lágrimas.
-Vamos al hospital, dijo Driano, después de dar ordenes de que se desinfectara el comedor de fiestas y se armara allí una cama.
En el hospital los médicos le dijeron a Driano que los padres se habían descuidado y era demasiado tarde, solo faltaba esperar el desenlace.
Una ambulancia trasladó a la niña a la casa de Driano.
La carita redonda y agraciada de Jesusa estaba deformada, la fiebre la hacia delirar. La pobre niña entraba y salía de la inconsciencia.
La septicemia era causa de una extracción de muela hecha por un curandero y Jesusa no haber seguido las instrucciones de no masticar sólidos por un tiempo.
Un anunció por la radio convocó una junta de médicos en la casa de Driano a la que casi todos los médicos de la ciudad de Puno asistieron. Se discutió el caso y se buscó el mejor tratamiento para salvar la vida de la niña. El médico de la familia, el Dr. Luis Torres se haría cargo del caso.
Felicitas, una de las hijas de Driano sería la enfermera ayudada por las demás hijas.
Las medicinas se le aplicaban por medio de suero.
Después de unos días la fiebre fue bajando, la infección fue controlada, pero Jesusa llevaría toda la vida las cicatrices de la terrible infección.
Marcos y María dejaron a Jesusa como sirvienta por un año en la casa de Driano, ese seria el pago por la curación. Driano le pidió a su hija Maruja que tratara de ganarse el cariño de Jesusa y que le enseñara a leer.
La tarea no fue fácil. Maruja estaba en ese momento fascinada por los Miserables de Víctor Hugo y empezó a leerlos en voz alta a Jesusa.
-Y ¿Qué es eso? - Preguntó confundida Jesusa.
La barrera del idioma se interpuso. Maruja no hablaba aymará y Jesusa hablaba muy poco el castellano.
Jesusa odiaba la luz eléctrica que según ella rompía el balance entre el día-tiempo de trabajar y la noche- tiempo de descansar y conversar.
Detestaba también la música de la radio que destruía el silencio.
- Mira como han arruinado el río, lamentó Jesusa al ver que el agua salía del caño.
Al cumplirse el año, Driano expresó a los padres de Jesusa su deseo de adoptarla pero solo si ella también lo deseaba. Jesusa se puso a llorar.
-Me siento como un ratón en una caja de fósforos. Me gusta salir al campo ver la línea del horizonte y sentir que el viento me acaricia mi rostro, solo así me siento libre como los pájaros. Ir al río y recoger agua viendo a cada instante la creación del Tata Dios.
Todo su semblante reflejaba que se sentía como un pez fuera de agua.
Jesusa regresaría a vivir con sus padres e invitó a Maruja a pasar con ellos una temporada en su casa.
El caserío de Marcos y Maria constaba de tres cuartos construidos a la usanza de sus ancestros. Carecía de agua potable y de todas las demás facilidades de la vida moderna.
-Niña Maruja, vamos a recoger agua, Jesusa invitó alegremente.
La fría amarillenta puna se extendía por el horizonte bajo un azul intenso. Se podía escuchar el canto de las aves y a lo lejos ver los picos de los andes. Un rió no muy ancho pasaba por delante del caserío y allí las dos niñas fueron a recoger agua en dos tachos de lata.
El sol era el despertador y anunciaba la comida principal por la mañana cada miembro llevaba su fiambre para el mediodía.
- Hoy llevaremos las ovejas a la pampa- anunció Jesusa, en completo control de la situación.
- Al sacar las ovejas del corral hay que contarlas, le explicó a Maruja.
Sacaron las ovejas y se dirigieron a la pampa.
Allí corrieron por entre la paja brava y buscaron dulces zancayos.
El semblante de Jesusa reflejaba seguridad y alegría.
Mirando al sol y la sombra que formaba Jesusa sentenció.
- Son las tres de la tarde y pronto tendremos que juntar las ovejas para arrearlas al corral.
La familia se volvía a reunir durante el crepúsculo. Todos se sentaban en un círculo alrededor de la manta donde Maria ponía la comida. Marcos contaba cuentos referentes a sus ancestros. Jesusa gozaba pidiendo a su padre que volviera a contar la misma historia una y otra vez.
Y la adopción fue permanente: Maruja viajó por el mundo pero una parte de su alma siempre será Aymará.
Del libro: Debajo del sol y la luna
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